Semana Santa en un volcán muerto
Hace algunos años pasé Semana Santa en una comunidad indígena alejada de todo. Esta comunidad se llama Cinco Señores y tiene una población de menos de 1000 personas. Se encuentra en un volcán muerto llamado Sierra Negra, en el estado de Puebla, en mi amado México.
Todo comenzó cuando me invitaron a participar en misiones. En ese momento yo solo sabía que eran diez días de viaje con mis amigos a los 17 años, así que acepté sin pensarlo dos veces.
El objetivo de la misión es ir a comunidades lejanas a organizar las celebraciones de la Semana Santa. Estas comunidades son tan pequeñas que no hay iglesias, ni mucho menos sacerdotes o curas.
Después de 3 meses de preparación, comenzó el viaje. Primero tomé un autobús, y después una pick-up. ¡Por fin llegamos al destino final!
Al ser una comunidad indígena alejada de la civilización moderna, puede resultar un poco lógico decir que no había internet o señal telefónica. Pero, además de esto, no había otras comodidades esenciales como baño, agua potable, camas, habitaciones con ventanas o un lugar caliente y cómodo para dormir. A veces había electricidad, a veces no.
Llegamos por la noche y nos asignaron un cuarto pequeño de madera para dormir con unas colchonetas delgadas sobre la tierra húmeda.
Al día siguiente comenzó la aventura, durante tres días por las mañanas nos dividimos en equipos y fuimos a visitar a cada una de las familias de la comunidad para invitarlas a los eventos que estábamos organizado. En cada casa a la que íbamos, nos invitaban comida y bebida, yo sentía que mi estómago explotaba, pero esta energía también era necesaria, ya que entre casa y casa teníamos que caminar alrededor de 40 minutos.
Semana Santa
Por las tardes organizábamos talleres con los niños y adultos para hablar de diferentes temas relacionados con la Semana Santa. Jugábamos, cantábamos y bailábamos. Los habitantes de la comunidad nos veían como extraterrestres.
El Jueves Santo organizamos el lavatorio de pies, y sesiones de catecismo para niños y adultos.
El Viernes Santo hicimos una procesión, simulando el Vía Crucis con representaciones de la Pasión de Cristo.
Y finalmente el Sábado de Gloria celebramos juntos la resurrección de Cristo. Tuvimos una grande cena y nuestra fiesta de despedida, ya que al día siguiente volvíamos a Ciudad de México. La gente se despedía de nosotros como familia, agradecidos inmensamente por todo lo que les dimos sin darse cuenta de que ellos nos habían dado mucho más a nosotros.
Después de esta experiencia, mis ojos nunca han vuelto a ver a mi país de la misma forma. Ese día descubrí que nací en una burbuja, que mi realidad es solo una más, y que no tengo nada de que quejarme. Aprendí que la felicidad no está en lo que tienes, si no en la forma en la que percibes la vida. En la comunidad tienen muy poco, y son tan felices, tan alegres, tan puros y buenos.